Pichilemu es de esos lugares que atrapan por la fuerza del océano y la calma de su gente. A poco más de tres horas de Santiago de Chile, este rincón costero se ha ganado un lugar en el mapa internacional como la capital del surf del país, pero también como un refugio de tranquilidad, cultura y buena gastronomía.
Caminar por su costanera es sentir cómo el viento del Pacífico acaricia el rostro mientras las olas rompen con una cadencia hipnótica.
Aquí, las jornadas se miden por las mareas: surfistas de todo el mundo llegan a enfrentar las legendarias olas de Punta de Lobos, mientras otros visitantes prefieren pasear por la playa principal, perderse entre ferias artesanales o probar un ceviche fresco con vista al mar.
Surf y aventura en estado puro
El surf es, sin duda, el alma de Pichilemu. Sus olas, consideradas entre las mejores de Sudamérica, atraen a profesionales y principiantes por igual.
Punta de Lobos, declarada Reserva Mundial del Surf, es el epicentro de este deporte: acantilados imponentes, olas largas y una comunidad vibrante hacen de este lugar un escenario único. Pero no todo es tabla y neopreno; también hay espacio para el kitesurf, el windsurf y hasta paseos en kayak por sectores más tranquilos.

“Yo vine buscando un proyecto de vida distinto, más conectado con la naturaleza y el mar”, cuenta Nicolás Peyreblanque, empresario hotelero que dejó Santiago para instalarse en Pichilemu.
Desde su complejo Dune & Domes recibe a visitantes de Chile y del mundo, y asegura que “lo que más agradece la gente es esa conexión inmediata con el entorno, el sonido del viento y la cercanía con el océano”.

Gastronomía y cultura con sabor local
Más allá de las olas, Pichilemu conquista por el paladar. En sus calles se multiplican los restaurantes que fusionan cocina tradicional chilena con propuestas creativas: pescados y mariscos frescos, empanadas de camarón con queso y dulces artesanales forman parte del menú irresistible para quienes llegan con hambre de mar.

El centro de la ciudad mantiene una atmósfera relajada, con antiguas casonas, plazas sombreadas y ferias donde artesanos locales ofrecen tejidos, cerámicas y joyas hechas a mano. Durante el año, Pichilemu también es escenario de festivales culturales y competencias deportivas, lo que le da un aire siempre activo y festivo.
Pichilemu: naturaleza para desconectarse
El encanto de Pichilemu no se limita a la playa. Hacia el interior, los campos y bosques invitan a caminatas y paseos en bicicleta, mientras que la laguna de Cáhuil, al sur, es un paraíso para los amantes de la observación de aves y la pesca artesanal. Las salinas de Cáhuil, donde se produce sal de mar de forma tradicional, son otro punto de interés que mezcla historia, cultura y naturaleza.
Para Nicolás, la esencia de vivir aquí está en esa mezcla perfecta entre calma y energía: “Mi trabajo ahora es cuidar mis cabañas, recibir a los huéspedes y disfrutar de la naturaleza. Es una vida totalmente distinta a la de Santiago, y eso es lo que muchos vienen a buscar”.

Quien visita Pichilemu entiende rápido por qué tantos viajeros repiten la experiencia. La combinación de olas perfectas, paisajes costeros, sabor local y una comunidad acogedora hace que este rincón del litoral central de Chile sea mucho más que un paraíso del surf. Es un lugar donde el tiempo parece fluir al ritmo del mar, y donde cada amanecer promete una nueva aventura.